Una vez más estamos por aquí un miércoles y esta vez para
explicar, acorde al post de hace unas semanas sobre la ansiedad y rescatando el
post que nuestra compañera Ana Madueño publicó hace unos años, qué son las
emociones y cuáles son las emociones básicas para después adentrarnos en un
concepto que seguro que muchos ya conocéis o habréis oído hablar: la
inteligencia emocional.
Entonces, ¿qué se entiende por emoción?, ¿cuál es la
diferencia principal entre emoción y sentimiento? Bien pues, llamamos emoción a
esa respuesta del cuerpo automática ante algo que se nos presenta o una
situación, por ejemplo cuando vemos una araña y sentimos miedo o asco. Por otro
lado, los sentimientos son similares a las emociones, son una respuesta
automática ante una situación pero que incluyen la evaluación consciente que
hacemos de esa experiencia; es decir, incluye la capacidad de pensar y
reflexionar conscientemente sobre lo que se siente siendo ambos inseparables:
donde haya una emoción, encontraremos siempre un sentimiento (o varios).
Las emociones las podemos clasificar en: emociones básicas o
primarias y emociones secundarias. Las primeras son esas emociones que tenemos
de manera innata todas las personas vivamos donde vivamos y sean cuales sean
las experiencias que hemos vivido, mientras que las secundarias van a depender
de ese ambiente en el que nos hemos desarrollado y hemos crecido, del
aprendizaje y de la cultura de las personas como son la vergüenza, la envidia,
el orgullo, la satisfacción, entre otras.
Asimismo, las emociones las clasificamos en positivas y en
negativas, pensando en si son emociones agradables o desagradables de sentir.
Esto no significa que las emociones sean buenas o malas ya que, como
mencionamos en el post sobre ansiedad, toda emoción tiene su función y nos
ayudan a adaptarnos a nuestro entorno siendo como una alarma que nos señala lo
que debemos evitar o sobre lo que debemos reflexionar y a lo que debemos
acercarnos. Teniendo esto claro, ¿para qué puede servir la tristeza?, ¿y la
ira?
Popularmente, y según las investigaciones de Paul Ekman
(1972), las emociones básicas comunes en todas las personas son:
- Alegría: nos ayuda a tener un estado de
ánimo positivo para crear y mantener relaciones con los demás.
- Tristeza: gracias a la función social
que tienen las emociones, la tristeza permite que la gente de nuestro alrededor
sepa que estamos tristes para así que puedan venir a ayudarnos y consolarnos.
Además, estar tristes nos permite reflexionar sobre la pérdida que hayamos
tenido y la situación, pudiendo recolocar en nuestra cabeza los acontecimientos
y seguir adelante.
- Ira: la emoción de ira nos otorga la
energía necesaria para defender nuestros derechos ante una situación injusta.
Por ejemplo, si nos han puesto menos nota en un examen o nuestro jefe nos dice
algo que nos parece que está equivocado, es la emoción de ira o enfado la que
nos va a permitir reclamar lo que es nuestro. Asimismo, en caso de necesitar
atacar porque nuestra vida o integridad se vea amenazada, también nos dará esa
energía o activación que necesitamos para ello.
- Miedo: nos moviliza ante un peligro
para nuestra supervivencia.
- Asco: esta emoción nos produce rechazo
hacia lo que tenemos delante, ayudándonos por ejemplo ante estímulos dañinos
para nuestra salud.
- Sorpresa: nos orienta hacia una nueva
situación.
Es por esto que debemos saber y tener en cuenta que las
emociones nos permiten flexibilizar nuestra interpretación de la situación y
los acontecimientos, así como elegir la elección más adecuada en cada momento,
siendo muy importante la identificación, comprensión y regulación de las
emociones para una mejor toma de decisiones.
Y bien, ¿qué es entonces la inteligencia emocional?
Históricamente se le ha dado mucha importancia a la inteligencia y al cociente
intelectual, dejando aparte y considerando a las emociones como una señal de
debilidad. Actualmente se sabe que somos más eficaces en la toma de decisiones
si tenemos en cuenta las emociones que nos hace sentir esa situación o decisión
y, tal como dijo Daniel Goleman (1995) en su famoso libro Inteligencia
Emocional, el cociente emocional es igual de importante que el cociente
intelectual para un mayor éxito en la vida.
Salovey y Mayer (1990) definieron la Inteligencia Emocional
como: “La habilidad para controlar las emociones y sentimientos propios y de
los otros, discriminar entre ellos y usar esa información para guiar el
pensamiento y las acciones.” Según estos autores, la inteligencia emocional
está formada por estas cuatro capacidades o ramas:
- Percepción emocional: habilidad para
percibir las emociones tanto en nosotros mismos como en los demás.
- Facilitación emocional: teniendo en
cuenta que las emociones dirigen nuestros pensamientos hacia la información
relevante, es la habilidad de utilizar nuestros estados emocionales para que
nos ayuden en la toma de decisiones de manera adecuada, además de conocer qué
estado emocional nos va a facilitar el abordaje de los problemas; por ejemplo
cuando la alegría nos facilita la creatividad.
- Comprensión emocional: habilidad para
etiquetar las emociones y reconocer las relaciones entre ellas; de comprender
sentimientos simultáneos tanto en nosotros mismos como en los demás.
- Regulación emocional: habilidad de
estar abierto a los sentimientos, tanto placenteros como displacenteros, así
como la habilidad de gestionar las emociones propias y ajenas moderando las
emociones negativas y aumentando las positivas sin reprimir o exagerar la
información que aportan.
Estas habilidades son entrenables y podremos aprender a
gestionar nuestras emociones. Debemos tener en cuenta que las emociones surgen
de nuestros pensamientos, aunque cuenten con una situación externa, por lo que
es posible tener algo de control sobre ellas. ¿Cómo podemos tener una mejor
gestión de nuestras emociones? Modificando nuestros pensamientos que las
generan como “todo me sale mal” por otros más constructivos y realistas.
Aquí os proponemos algunas directrices para gestionar esas
emociones que nos generan malestar:
- No
quedarse anclado en lo negativo, abrir el foco de atención a otros
acontecimientos más positivos y, si no es suficiente, cambiar nuestro foco de
atención haciendo otra cosa.
Aceptar todas las emociones, tanto las negativas como las positivas. Tal y como hemos explicado, todas las emociones sirven para algo y son una alarma que nos dicen que algo
- está
pasando, debemos pararnos a escuchar qué nos quieren decir y no reprimirlas, ya
que después volverán y puede que con más fuerza.
- Evitar
lenguaje catastrofista e imperativos tales como: “Todo me sale mal”, “Debería
de haber estudiado más y sacar un 10”. En lugar de eso nos podemos decir “Esta
vez no me ha salido”, “Para el próximo examen me pondré a estudiar antes, yo
puedo conseguir mejor nota”.
- No
anticipar las consecuencias negativas de lo que nos pasa, si después no son tan
malas o directamente no ocurren, has estado pasando un mal rato hasta ese
momento sin ninguna necesidad.
Si notas que esas emociones y pensamientos te desbordan y no
sabes cómo gestionarlo, no dudes en ponerte en contacto con nosotros.
¡Estaremos encantados de poder ayudarte!
¡HASTA LA PRÓXIMA!
Laura Alonso Rodríguez
Psicóloga colegiada M-28753
Referencias.
Salovey,
P., y Mayer, J.D. (1990). Inteligencia Emocional. Imaginación cognición y
personalidad, 9, 185-211.
Goleman D.
(1995) Inteligencia Emocional. Ed. Kairos.
Psicología y Mente. Diferencias entre las emociones y los sentimientos.
Recuperado de: https://psicologiaymente.com/psicologia/diferencias-emociones-sentimientos
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